Antología Escritoras Americanas

CAPÍTULO III - Delia Domínguez (Osorno - Chile)


Reloncaví, golfo de bruma

Puerto, vengo en la lluvia más áspera de junio
con mi grito rebelde penetrando tu entraña.
Quiero estar contigo. Descalza, pura, tatuada de redes y gaviotas
rodar sobre tu arena salpicada de quillas dormidas
y perderme en la ruta de todas las goletas
que rasgan tu silencio.

Reconozco tu aroma y los alerces húmedos;
la isla como un ancla varada entre la espuma.
Un eslabón extraño me une a tu misterio
a tus muelles preñados de nostálgicos ritos,
algo ancestral desvela mi sangre y la enfurece
oigo voces, campanas, sinfonías quebradas
que elevan desde el sur los archipiélagos,
estoy ebria de cantos, de visiones que profetiza el agua.
La sal penetra de tu boca a mi boca
como una cascada de besos dolorosos
de caricias tanto tiempo perdidas.

Mis venas destilando hilos púrpura
se prolongan hasta tus vasos verdes
para nutrirse con el vino secreto de los peces.

Tú,
regazo virgen donde el océano amansa sus corceles,
acoge mi soledad, mis tempestades…

tú,
seno acribillado de viento y latitudes
deja que mi deseo extienda su velamen
que tirite mi carne sacudida de invierno.
¡Hay tantos días tristes aguardando!

No tengo brújula, ni rumbo ni horizonte,
voy lejos
más allá del último cabeceo de la última ola
a perfilar soñados litorales.

Pero yo sufro ahora,
es imposible enterrar el eco de las sirenas roncas
de las caracolas vacías que vibran sin lujuria.
Ignoro mi presencia; acaso impulso remos desesperadamente,
acaso permanezco con mi raíz atada
a las rocas heridas de la costa.
No sé que hago ni qué busco,
siento solamente mi corazón abierto a los huracanes,
al éxtasis, a los remansos que la vida engendra.

Reloncaví, golfo de estrellas
bergantín legendario acostado en la cuenca
más fértil de mi tierra;
carrusel donde giran mitológicas algas,
canta, ruge, dibújate en mis pupilas grávidas de lágrimas
quiero llevarte anclado en lo más hondo de mi alma.

Ropa limpia

Un día
uno sale a encontrar la muerte,
sin equipaje,
sin muda para la otra semana
con la única camiseta blanca
que quedaba
del tiempo de colegio.
Un día
uno se apura como malo de la cabeza,
como si tuviera que llegar
a todos los trenes
y saludar a medio mundo.
Un día
uno no sabe quién diablos
tendrá suficiente amor entre las manos
para arreglarle
esos asuntos particulares
que siempre quedan flotando
después de la catástrofe,
o quién diablos
va a cerrarle los cajones del velador
con las fotografías secretas
de esa edad
en que la musculatura orgullosa y dorada
era toda la potencia con que contábamos
para vivir.
Un día
uno no vuelve más
por ropa limpia.

Esta es la casa

Quien quiera saber lo que acontece
a las lluvias en marcha sobre la tierra,
véngase a vivir sobre mi techo, entre los
signos y presagios.
Saint-John Perse.

Esta es la casa
aquí la tienes con la puerta abierta
Aquí vivo
conjurada por la noche de campo
y los mugidos de las vacas
que van a parir a la salida del invierno.
Entra en las piezas de sentimiento antiguo
con manzanas reinetas
y cueros claveteados en el piso.
Esta es la casa para ser como somos,
para contar las velas de cumpleaños
y las otras también,
para colgar la ropa y la tristeza
que jamás entregaremos a la luz.
Este es el clima, niebla y borrasca,
sol partido entre los hielos
pero encima de todo:
un evangelio duro
una pasión sin vuelta
una carta de agua para la eternidad.
Esta es la zona: Km. 14, Santa Amelia,
virando hacia el oeste,
con todas las jugadas de la vida
y todas las jugadas de la muerte.
Esta es la casa raspada por los vientos
donde culebreaban los inviernos
de pared a pared
de hijo a hijo
cuando nos aliviábamos con ladrillos caldeados
para aprender las sagradas escrituras
que la profesora de la Escuela Catorce
sacaba de un armario
o de los dibujos de un pañuelo.
Esta es la fibra fiel de la madera
donde calladamente me criaron
entre colonos y mujeres
que regresaron a su greda.
Aquí vivo con la puerta abierta
y este amor
que no sirve para canciones ni para libros,
con mi alianza sin ruido a Santa Amelia
donde puedes hallarme a toda hora
entre las herramientas y la tierra.

Autorretrato

Soy como los animales:
presiento la desgracia en el aire
y no duermo sobre arenas movedizas.
Arriba siempre el viento
-desde el tiempo de los pañales mojados-
raspando la solidez de los cartílagos
mientras alguien
con mano sosegada escribe en mi cuaderno
cortas palabras de tristeza.

Soy como los animales:
sé pisar en la oscuridad, y
desde el fin del mundo,
podría volver con los ojos vendados
a mi vieja casa en las colinas.

Los años cortan
agazapados por dentro,
pero se desvanece el miedo a estas alturas
y una opalina
filtra su luz en el salón del piano
donde danzan mis muertos con su sombra.

Soy como los animales de narices mojadas:
olfateo en el cielo
la carga de la tormenta eléctrica
y desconfío de pasos que no conozco.

Soy como los animales:
siento que empiezo la vuelta a mi tierra de origen...

¡Cristo sabrá por qué!

Los cómplices

Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los
malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso
no necesita escribirse.

Honda vigilia para tus sueños

Suena la noche
la cavidad comienza a abrir los ojos,
a descubrirnos esta alquimia pura de los siglos.
A cada paso llegas
modulando tremendas profecías,
a esta hora
siempre afirmas mi corazón
y me traes tus palomas para el silencio.
Aún estoy rota de sollozos, amor,
de otras antiguas muertes heredadas
pero tengo en mí los sonidos del universo,
los nombres de las cosas, las palabras.
Abierta a las estaciones, espero.
Mi boca rural ya te conoce
mi tristeza derrumbada de los vientos
también es tuya
y toda esta parábola
germina la ternura de tus signos.
Voy de nacimiento en nacimiento
extendida, buscando los asombros
la cóncava matriz de las estrellas
la dimensión terrible de la vida.
Todo quiero palparlo, tenerte el mundo
en este espacio tibio de mi vientre
y ser tu compañera. Suena la noche.
Tú y yo sobrevivimos. Es necesario.
No huyas de la angustia que allegan mis poemas,
al otro lado de la muerte
quedaron grandes lágrimas incendiando mis huesos.
Yo era así difícil
para acostumbrarme a ser sobre la tierra.
Pero estoy cantando unida a ti
bautizada en tus íntimos temblores
bestialmente apretada a tu cuerpo
perpetua
con toda la razón en equilibrio.
"-dejemos que sobrevenga
el aura errante de los pájaros idos
de las flores con sus letanías de ópalos trizados
alta y rebelde suda la tiniebla sus pechos húmedos-"
Oh mis sentidos desnudos
intactos en la oquedad
como una antorcha bíblica ardiendo eternidades,
siempre de frente
avanzan mis vivencias a gritos,
tú escuchas los primeros retornos.
Suena la noche. Recógeme la voz
no tardes. Debajo del cielo
se desparraman los abismos negros,
aguarda conmigo el equinoccio
vamos creciendo amor hacia la vida.

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