Antología Escritoras Americanas

CAPÍTULO VII - Reina María Rodríguez (La Habana/Cuba)


dos veces son el mínimo

aquí media luz; afuera, la mañana.
miro por la abertura de la media negra
que hace un ángulo exacto con mi pie que está
arriba. un mundo que me interesa
aparece por la cicatriz: un deseo que me interesa
rehusando la prudencia.
los ruidos bajo el sol entrada la mañana.
por la abertura en triángulo del muslo hasta el pie en tu boca
hay un canal.
la total ausencia de intención de este día,
un día en que uno se expone y luego enferma.
un día formando un gran arco entre el dedo que roza
el labio y la media.
dos veces son el mínimo de confianza
para lograr la ilusión. yo, al amanecer,
estaba junto a la ventana (era la única imagen
en la que podría refugiarme) me acercaba para no llegar
y estar convencida -nunca reafirmada-
«como si, para mí, tú, la otra, te abrieras, o te rompieras,
del modo más suave contra el alféizar».
(las palabras siempre son de algún otro, se prestan
para consolar a la sensación que también
viene de allá afuera, incontrolable) otra cosa
es lo que yo hago con ellas aquí adentro:
las caliento escuchando bien un sonido que me revela la tonalidad
de lo que expongo (una ilusión) de ser aquella
que algo vio en el triángulo cuya cúspide es tu boca
absorbiendo también de la sustancia.
yo sólo me aproximaba a la ventana
-escritora nómada- que mira con devoción
en vez de coger a ciegas (la primera vez) sabe que
dos veces son el mínimo de vida de ser.
júrame que no saldremos del «territorio del poema» esta vez
que si estrujo y pierdo en el cesto de los papeles
este cuerpo
no voy a renacer al espectáculo. estamos juntos
en el diseño con tinta de un día que no es verdadero
Porque osa comprimirse en la línea del encanto.
-de la cintura hacia arriba está la carne, el día.
de la mitad inferior del tronco (abajo) media negra hasta la noche, el fin.
júrame que no saldremos de aquí
una casa prestada con ventanas que miran hacia el mar de papel
donde nos desnudamos, rodamos, prestamos, palabras para lavar
y volver a teñir en el crepúsculo. era mi cuerpo ese
promontorio que tú colocabas al derecho, al revés,
sobre el piso de mármol?
fue esa tumba siempre, los ojillos de los poros
como gusanos olfateando mis pensamientos
para nada?
yo siempre quise ver lo que tú mirabas
por la abertura del triángulo
(ser los dos a la vez) algo doble en el mismo sitio
de los cuerpos y en los pies, longitudes distintas
«para aquel contacto de una suavidad maravillosa».
dos veces son el mínimo de la vida de ser.
yo, una vez más, ensayo la posibilidad de renacer
(de la posteridad ya no me inquieta nada).

ella volvía

ella volvía de su estéril landa,
bajaba las piedras antes de que aquella intensidad
se convirtiera en sangre;
y todo aquel amor se convertía en sangre
bajaba por sus muslos (el camino que lleva al centro
es un camino difícil) es el reto del paso
de lo profundo a lo sagrado
de lo efímero a lo eterno,
porque esa intensidad se convertía en sangre
por su necesidad de ser libada en febrero
justo antes de la primavera
-de color apergaminado también sus muslos,
lo que llamaba a olvidar cualquier cosa
para ser un cuerpo también, un camino.
que uno atraviesa con las flores del vestido
convertidas en piedras
porque nada puede durar -ella lo sabía-
si no está dotado por un sacrificio.
la tierra está recientemente sembrada
(era la tierra de sus ancestros)
es el rito que se ejecuta cuando se construye un día
el deseo primordial de representarlo,
como si ese fuego y esas piedras
repitieran ademanes antiguos
y ella pagara con su flujo sobre la tierra estéril
para ser fecundada.

he venido

he venido a la Plaza de España sólo para ver
a la anciana de negro que se agacha
junto a la fuente
y acurrucando su cuerpo
contra el viento de abril en un gesto de actor que reduce
toda la compasión en su rigidez.
doblando
levemente las rodillas antes de actuar
antes de caer
ha traído ese alpiste blanco de los pájaros
que vuelven sucios
morbosamente a mí. he venido a la
Plaza de España sólo para recoger
lo que sobra de un gesto.

la elegida

en esta tierra de polvo verde el Taj Mahal
es el guardián de la muerte
el sepulcro de la bienamada fallecida de parto
una mañana de invierno en el Agrá.
la luminosidad de mármol atrae
a los peregrinos que acuden en la estación de las lluvias
cuando el resto de la tierra está seca
y sólo queda no reflejo
sobre las aguas (no sabemos hacia dónde movemos
si la superficie de la realidad es líquida,
o está sumergida; si la descifraremos de atrás hacia
adelante, para que todavía podamos significar
y en que sentido significaremos o esperar,
sobre esta tierra de polvo verde que es la vida
a que el clima haga el primer movimiento
en aquel lugar, donde fallecida de parto
una mañana de invierno en el Agrá
hay una estatua, no la lucidez de un día;
hay una sombra, una falsificación,
que se parece a la verdad.

Huevo de zurcir

Se provocó un aborto con una aguja,
pero el huevo seguía prendido (oscuro)
como una yema dura, sin desprenderse.
Su dedo no pudo arrancarlo.
Los demás niños se tiraban de uno en fondo
(desde el tablón de acuatizar —decían) hacia la cama
donde la viejita, casi inconsciente, dormía.
Pero ellos seguían surfiando,
insistían en arrastrarla con su mala suerte,
al mar de ojos amarillos.
Porque había un mar simulado,
una luz que, en la angustia de crecer (y de creer),
les hacía ver aquellas cosas del final, difíciles
(la penitencia),
convenciéndolos con dificultad de esa osadía,
de caer desde la altura sobre el mármol.
Por eso se pinchó más profundo esta vez,
durante una tormenta de alcanfor.
Pinchó con esa uña larga de tejedor, adentro.
Relampagueaba, a pesar de que no llovía,
y se sintió abandonada como una piedra
con escalofríos de rodar
aquella máscara de peltre sobre la acera.
Porque ella también (en el momento apropiado)
quedaba rota, petrificada.
Y los niños bajo el edredón, oían su llanto y la culpaban.
Toda la familia la culpaba.
Él nunca sospechó los instrumentos
que usó para el deshacimiento.
«No tuvo más remedio que ser mezquina» —anotó—
«y dejar ese olor a huevo podrido en el paño».
Al fin, el huevo se desprendió con cáscaras
de un metal retorcido
sobre un tapiz (de madreperla) barato.
Y Cloto (vieja hilandera) cayó
empujada por el apuro de los muchachos
sin ser doncella ni madre ni enemiga,
y no era más
que un poco de sangre coagulada
sobre una sábana que no era el mar.

Comunicado urgente de la niña que fui

dejaré de saludar a todas aquellas
personas que no sean honradas
y mataré sus pájaros.
no pediré perdón aunque se ofendan
aunque exijan que las reconozca.
cuídense de los peligros del aire y de sus aspas
están cortando.
hay más belleza aquí que en ningún sitio
no olviden
en todas parten hay mucha belleza:
traigo un tiraflechas para matar lo feo.
cualquier distracción puede ser condenada.
no ensucien el paisaje no estropeen
la velocidad de la alegría.

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